viernes, 4 de enero de 2013

Autodisciplina. DÍA 2.

Son las cuatro y media de la tarde, y al igual que ayer, este es mi momento perfecto para ponerme con mi plan. La casa está tranquila y silenciosa, yo estoy despejada y tengo para tomar un café buenísimo (vale, y también un trozo de tarta, hoy me apetecía darme un caprichillo) mientras me pongo con mi tema.
 
Mi operación autodisciplina. (Por si no sabes de qué va la cosa, te aconsejo que empieces por aquí.)

Quizás os suene raro lo que voy a decir, pero hoy es el tercer día de esta mi "operación autodisciplina" y ya voy notando la diferencia. Quiero decir, no me he acostado un día desorganizada y loca y al día siguiente me he levantado con miles de ganas de trabajar, no. Pero me noto ligeramente distinta... El llevar a cabo este plan con esta rigidez con la que lo estoy llevando (escribir todos los días, leer cada día sólo UN capítulo, no más) y el ser consciente de mis propias estrategias para no hacer las cosas, hacen que me sienta bien, mejor.

En momentos como ahora, me gusta deleitarme en esta sensación positiva de estar haciendo las cosas bien. Vale, sólo llevo tres días, alguien diría "eso no es nada". Pero para mí sí lo es. Estoy aprendiendo a celebrar también los pequeños triunfos, no sólo los fracasos. Pues hasta ahora, yo SÓLO veía las cosas que no hacía de mi ambiciosa lista de tareas diarias. Me centraba en lo negativo, en que no estudiaba lo suficiente, que no iba al gimnasio (sigo sin ir, y hoy definitivamente no me va a dar tiempo, tengo otras prioridades), que no había salido a comprar esto y lo otro, que no me cuidaba lo que había estipulado... Y creo que el estar permanentemente centrada en eso que me faltaba, en exigirme hasta mis límites y más allá, me creaba tal grado de desmotivación que llegaba un momento en que tiraba completamente la toalla y me decía "total, ¡lo estoy haciendo todo mal, ya no hago nada!, lo intentaré de nuevo mañana, hoy parece ser un día de fracasos...".

Tengo que decir que, por el momento, he dejado de hacer listas con las cosas que tengo que hacer. He descubierto que me crea cierta ansiedad. Y he empezado a hacer listas mentales con las cosas que he hecho. Por ejemplo, esta mañana además de trabajar un poquito más que ayer (y menos que mañana), he contestado a varios correos electrónicos pendientes, he lavado-tendido la ropa y he cocinado durante bastante rato. Claro, podría haber hecho más... Pero también menos. Hoy no siento que he fracasado. Hoy siento que he tomado unas determinadas elecciones, y que algunas han sido buenas y otras no tanto (he bloggeado más tiempo del que debería, teniendo en cuenta las cosas que tengo que adelantar del curro...), pero en fin, ya está. No hay culpa, no hay miedos, y ahora mismo siento deseos de seguir aprendiendo los rudimentos de la autodisciplina y seguir esforzándome para ser más eficaz, menos postergadora, tomar decisiones más convenientes en mi día a día.

El capítulo de ayer presentaba uno de los obstáculos del triunfo personal: el miedo al fracaso. El capítulo de hoy es justo el opuesto, y presenta como causa de una debilitada autodisciplina el MIEDO AL ÉXITO.


Aunque al principio uno puede pensar: ¿quéee? ¿¿Existe el miedo al éxito?? ¡Eso no es posible! Cuando te paras a razonarlo un segundo descubres que sí, que es totalmente cierto, que muy en el fondo muchas veces le tememos al éxito más que a la mediocridad.


Haced la prueba. Teclead en google "miedo al éxito" o "fear of success", y asombraos de la cantidad de entradas que salen. El miedo a triunfar existe... Por un lado, porque el éxito conllevará cambios y situaciones nuevas que no podemos obviar, y que pueden resultarnos amenazadoras (por ejemplo, si soy una persona muy tímida a la que nadie se acerca y decido perder peso y cuidarme más, tendré que saber que posiblemente con esta mejora física vayan asociados otros "riesgos", como que otras personas quieran relacionarse conmigo, o que se espere más de mí en el trabajo o en las relaciones personales). O puede ser que por otro lado, el éxito nos asuste o nos abrume porque no nos creemos merecedores de él. En este caso el problema es una baja autoestima, por lo cual una persona cree que no ha nacido para "lo demasiado bueno", o bien se siente culpable o indigna por experiencias del pasado (me atrevo a decir que en su mayoría, estas experiencias perturbadoras pertenecerán a la niñez, como ya vislumbré ayer cuando hice mi ejercicio...). Tanto en un caso como en el otro, el miedo al éxito produce que las personas queramos mejorar y alcanzar nuestros logros... moderadamente. Sin pasarnos. Un poquito. Queremos tener un poco de éxito, sentirnos un poco mejor, tener un poco más de conocimiento. Porque cuando llegamos a un punto que empieza a asustarnos, en el que empezamos a adivinar que estamos llegando "demasiado lejos", entonces paramos. Y aunque haya posibilidad de mejorar, nos decimos: ha sido suficiente.

El autor expresa esto es una frase que me ha gustado mucho, así que voy a transcribirla literalmente:

"Una percepción negativa subconsciente del éxito puede dominar nuestro deseo consciente de alcanzarlo. Naturalmente, cuando esto pasa, nuestros poderes de autodisciplina operan a mitad de fuerza; después de todo, una parte subconsciente de nosotros realmente no quiere el éxito debido a todas las responsabilidades y complicaciones que van junto con el."

¿Y cuáles son estas responsabilidades y complicaciones? A poco que pensemos, podremos enumerar unas cuantas. En primer lugar, el éxito conlleva que se recibirá una mayor cantidad de atención, tanto positiva o negativa, y puede resultar difícil lidiar con las alabanzas y/o con las críticas. Personalmente, este es uno de mis temores fundamentales. Me provoca mucha inquietud el pensar que tendré éxito en lo que hago y quedaré expuesta. Expuesta a que todos opinen sobre mí, bien sea desde la admiración, desde la crítica, desde la incomprensión o desde la envidia. Y sé que debería darme igual lo que otras personan sientan o piensen acerca de mí, pero en verdad me importa.

Además, el éxito también crea altas expectativas de nosotros mismos que podremos encontrar difíciles de satisfacer. Es el caso de un cantante que hace un disco muy bueno; y desde el minuto uno en que empiezan a ensalzar este disco y ponerlo por las nubes, siente la presión de que lo siguiente debe ser algo igualmente bueno o mejor. Parece que en nuestra sociedad occidental no imaginamos una carrera que no sea ascendente todo el tiempo. Si cambio de trabajo, tengo que ir a mejor. Y si vuelvo a cambiar, tendrá que ser aún mejor que el anterior. Si escribo un buen libro, cocino un buen pastel o saco una alta puntuación en un examen, el siguiente libro-pastel-examen tiene que ser aún mejor. Tengo que superarme a mí mismo...

Conforme voy escribiendo todo esto, veo la monstruosa presión que puede suponerle a una persona "de éxito" vivir bajo estos parámetros. Y me digo: ¿pero por qué...? ¿Por qué no ver los éxitos como picos o islas en nuestra historia personal? Si he conseguido el éxito laboral a los treinta, por ejemplo, ¿qué pasaría si el resto de mi carrera es más suave, más moderada, y me dedico a otras cosas? ¿Qué pasa si no puedo superarme? ¿Por qué es mejor el éxito a los ochenta años, porque entonces se supone que no me queda tiempo para hacer algo mejor...?

Otro punto de vista que aborda el autor respecto al éxito, y que también me toca en algún punto muy personal, es el pensar que, si triunfamos, otros pueden sentirse molestos o resentidos con nosotros. Por ejemplo, un amigo muy cercano o alguien de nuestra familia. A veces nos da miedo destacar, porque pensamos que con ello otras personas se sentirán mal o inferiores. En una familia, cuando un hermano destaca sobre los otros, y sus padres tienen poca inteligencia emocional y dicen al resto de sus hijos "aprende de tu hermano, él si que hace bien las cosas", están conduciendo a este hijo a sentirse culpable, a sentir que de algún modo eclipsa a sus hermanos. Y esos padres estarán también provocando cierto recelo y odio velado de sus hermanos hacia él. O el caso de un profesor que continuamente alaba a su mejor alumno y desprestigia a los otros, y que con ello contribuye a aislar y dejar solo al triunfador. ¿Quién no ha sentido cierta lástima ante la soledad y el ligero desprecio del "empollón" de la clase? ¿No era mejor ser uno de esos alumnos de la masa mayoritaria, y no sentirse excluido del grupo?

En estos casos, es preciso reconocer que el error no es de la persona con talento por ser como es, sino del enfoque de los padres y de los profesores. Sembrar la envidia y el odio ajenos no es un buen estimulante para las personas exitosas, lo mismo que no lo es minusvalorar a otras personas que no alcanzan estos estándares. Considero que deberíamos plantearnos que estas semillas que puede haber en nuestros cerebros no deberían haber crecido. No hay que asimilar éxito con resentimiento o con soledad; y es posible sentirse integrado en un grupo aunque se destaque sobre los demás.

Uno debe ser lo que es. Si es buen deportista, pues no dejar de serlo porque en su grupo de amigos le tendrán envidia. Si una chica es guapa, no va a dejar de arreglarse porque quizás sus amigas se sientan inferiores y le den un poco de lado. Creo que es normal sentir cierta inseguridad hacia alguien que es mucho mejor que nosotros en un aspecto. Pero no por evitar que los demás sientan estas inseguridades, que es un problema del que las siente, debemos reprimir nuestras capacidades.
 
Por último, otra de las "complicaciones" que acompañan al éxito es la visión de que se perderá la espontaneidad y la diversión de la vida. Pero en realidad, no tiene por qué ser así. Tener éxito en algún aspecto de nuestra vida no significa que nos volvamos maniáticos ni que no tengamos tiempo para nosotros si no lo decidimos así. Es decir, que siempre podemos elegir. Podemos elegir destinar x horas al trabajo, seguir la dieta x días a la semana, darnos x días al mes, permitirnos pequeñas licencias dentro de nuestro plan de vida, ser lo más creativos posibles dentro de nuestra vida diaria... Si me paro a pensarlo lentamente, esa supuesta vida gris que parece ir asociada al éxito no tiene por qué ser así. UNO DECIDE hasta dónde quiere llegar, cuáles son sus límites infranqueables, cuánto necesita de trabajo duro y cuánto de relax. E incluso iría más lejos y diría que, cuanto más triunfador y sano se siente uno, más es el grado de satisfacción, de alegría y de optimismo que experimenta, más activo se siente, y menos temeroso a probar cosas nuevas. Entonces... ¿dónde está esa parte negativa que no parábamos de ver todo el tiempo?

"Imaginamos presiones terribles, responsabilidades aplastantes, y muchos otros espantosos subproductos del éxito. Y esto funciona así: Subconscientemente, sabemos que la autodisciplina conduce al éxito. Por lo tanto, subconscientemente luchamos contra la autodisciplina. De este modo, no tendremos que afrontar los fantasmas que el éxito podría entregarnos."

 
Hagamos una pausa. ¿Qué os parece todo esto? Suena lógico... ¿verdad? ¿Os habéis sentido reflejadas más en un aspecto u otro? Sé que el texto es largo, y que me he excedido demasiado, pero no podía resistirme a contarlo todo con detalle. Ahora llega el turno de los ejercicios. Al igual que ayer, haré mi ejercicio escribiendo a mano durante un período mínimo de quince minutos.
 
Como podéis suponer, hoy hay que elegir tres experiencias pasadas en las que hayamos tenido éxito, pero que luego hayan derivado en ciertos problemas. Cuanto más nos remontemos a la niñez, mejor, y cuanto más especifiquemos cuáles fueron esos problemas, por parte de quien, y en qué momento, también mejor. Esto nos dará una indicación de cuándo y cómo se generaron nuestras actitudes negativas con respecto al éxito. ¡Vamos, escribid!
 

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Acabo de terminar el ejercicio. De nuevo, tengo esa sensación agridulce y de pesadez. Este me ha sido más difícil que el anterior. No he podido recordar tres experiencias concretas de mis problemas con el éxito, pero sí he conseguido entrever algo que no era del todo inconsciente para mí.
 
Y es que las alabanzas siempre me han producido una sensación extraña, sobre todo cuando venían de miembros de mi familia. Me gustaba que vieran cosas buenas en mí, por supuesto, pero por otro lado me atormentaban, pues estas alabanzas escondían cierto rechazo a otras personas. Y yo de algún modo intuía todo esto.
 
No me gusta que me comparen con nadie. Ni en el sentido negativo, ni en el positivo. Y me han comparado muchas veces, lamentablemente. Puesto que estoy dispuesta a sincerarme un poco diré que... mi madre ha comparado muchas veces a mi hermana conmigo. Yo era la hermana buena, de la que había que tomar ejemplo, y ella era la rebelde. Recuerdo perfectamente que, cada vez que mi madre lo hacía, percibía esa sensación de "nooooo, otra vez no, ¡no puede ser!". Me sentía culpable, me sentía mal, y me sentía ansiosa porque sentía que debía mantener a toda costa esa imagen idealizada de mí.
 
Aún hoy, ver a mi hermana me sigue provocando sentimientos ambivalentes. Cuando me cuenta que algo le va mal, lo cual es perfectamente lógico en la vida de las personas, hay cosas que nos van bien y cosas que nos van mal, yo en parte me siento responsable. Me siento mal, triste. Y es como si sintiera... que no tengo el derecho de que a mí las cosas me vayan bien.
 
¡Zas! ¡Miedo al éxito cantado!
 
Sí, es cierto, arrastro esta sensación desde hace mucho. Esta sensación de no querer destacar, de dar de mí hasta cierto punto (sin sobrepasar el límite peligroso), de sentirme responsable si a quien está a mi lado las cosas no están tan bien. Y si esa persona es mi hermana, entonces la emoción se magnifica. Hasta el punto de que me siento atrapada, ansiosa. Hasta el punto de que pienso que ojalá todo le vaya muy muy bien, porque entonces yo tendré via libre para triunfar sin medida si me lo propongo, o para llegar a lo más alto si quiero. Entonces sus problemas, o esa inferioridad supuesta que mis padre veían, no será un lastre para mí. Podré ser libre. Para triunfar, fracasar o lo que me dé la gana.
 
Fijaos... Todo lo que puede dar de sí un ejercicio tan simple...
 
Llevo casi tres horas leyendo, pensando y escribiendo sin parar. Pero siento que ha sido un tiempo provechosamente empleado. Tengo que librarme de esta trampa del miedo al éxito. Tengo que dejar de sentirme responsable de los triunfos o fallos de los otros (¡error! tengo que expresarlo en presente: me libro de esta trampa del miedo al éxito, me libro de sentirme responsable de los triunfos o fallos de otros). Con mi actitud, mi triunfo o mi fracaso, mis éxitos o mis fallos, no estoy determinando la vida de los otros, cada cual se determina su propia vida. Y menos mal que esto es así, pues si no la responsabilidad nos ahogaría.
 
Utilizando el ejemplo de las afirmaciones positivas del que ya os hablé me digo que:
 
- Dejo de sentirme responsable y culpable de cosas que cosas que bajo ninguna circunstancia están en mis manos, como puede ser la trayectoria de otros.
 
- Dejo de temer que otros puedan darme de lado, criticarme o dejarme de hablar si cumplo un objetivo que perseguía o me acerco a mi sueño. No hay nada malo, innoble o perjudicial para otros en esto. Nadie que alcanza sus metas, a no ser que se lo proponga explícitamente, perjudica a nadie.
 
- Mi actitud y mi forma de ver la vida, con más o menos diversión, alegría y flexibilidad lo decido día a día. No cambia porque sea más organizada o esté alcanzando mis objetivos.
 
Resumiendo... que este es un artículo interminable, lo sé. El temor hacia el éxito, lo mismo que el temor al fracaso, tienen su origen en ciertas situaciones que es preciso conocer. Pienso seguir explorando estos puntos, pues mientras persistan estos pensamientos inconscientes en algún lugar de mí, mi capacidad de autodisciplina seguirá saboteándome. La culpa no es de mi falta de compromiso,  mi desmotivación, mi tendencia a la pereza, etcétera, etcétera... El origen de todo esto son mis miedos. Y en estos momentos, los estoy descubriendo.
 
Finalizo el blog con una imagen-frase que he encontrado por Internet y que resume todo esto perfectamente:
 
¿Qué os ha parecido la lección de hoy? ¿Creéis que el miedo al éxito, o los miedos en general, pueden enmascararse bajo las actidudes de pereza, falta de voluntad o postergación?


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